Hace pocos años buscando papeles en una vieja biblioteca el profesor Jorge Fernández encontró algunas cartas escritas hacía ya bastante tiempo por dos personas; las mismas estaban escritas por personas que luego lo entendió, vivían un amor platónico; se amaban pero era para ellos un amor prohibido; el era cura en un pequeño monasterio y ella ejercía como monja en una pequeña sala de primeros auxilios que estaba al final del pueblo.
Si bien se conocían personalmente cada vez que se encontraban sólo tenían palabras de amistad y simpatía el uno por el otro. Pero era cuando se escribían las cartas el momento donde se confesaban su amor mutuo.
Ninguno de los dos terminó dando el paso necesario para concretar ese amor que ambos sentian. Antepusieron a sus intereses personales su fe, su fortaleza espiritual fue tal que prefirieron seguir respetando el celibato.
Pero el tiempo fue pasando y un día un veterano y retirado sacerdote se acercó caminando lentamente hasta la sala de primeros auxilios para preguntar por la hermana Adela Monserrat; fue el encargado de aquel lugar qué le explicó al Padre Juan, como él siempre lo había nombrado, que la monja había decidido dejar sus hábitos, porque habia entendido en su fuero íntimo que también se puede servir a Jesucristo formando una hermosa pareja, aunque ya por la edad no le fuera posible tener un hijo decidio casarse con un agricultor de la zona.
Dicen que Juan cerró sus ojos y se lo escuchó decir en voz baja ¡¡¡Porque no fui más valiente y declaré mi amor en su momento!!!
Dios es amor dijo, mientras se alejaba, pero yo tengo la culpa de haberla perdido, porque no entendí qué quién ama también lo sirve al Padre Celestial siendo honorable Padre de familia y predicando el Evangelio con el ejemplo
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